A pesar de que me encanta viajar en coche, me gusta mucho viajar en transporte público, sobre todo porque me gusta imaginarme la vida de la gente a partir de lo que veo.
Por qué esa anciana lleva una tarta, por qué ese chico lleva un brazo escayolado, por qué esa joven parece tan feliz, por qué ese niño se baja en esa parada...
Anoche, en el aeropuesto de Tenerife Norte, una chica de unos 20 años que estaba sentada a dos escasos metros de mi, esperando a embarcar en el avión con destino Barcelona, lloraba lo más silenciosamente posible (aunque le costaba bastante respirar) mientras escuchaba su ipod (que era igual que el mio (de esos recuerdos 'inútiles' que almaceno)).
Me dio mucha pena, la verdad. Si yo hubiese estado sola habría ido a hablar con ella, por si podría ayudarla en algo. No porque me crea muy altruista, sino porque a ninguno nos cuesta nada intentar ayudar a los demás.
Se me ocurrieron millones de historias sobre por qué estaba allí y así. Pero nunca lo sabré. Quizá ahí está 'la gracia'.
A unos cuantos metros, como pude descubrir gracias al 'ingenio' de mi hermano, los trabajadores del mismo aeropuero hacían apuestas macabras. Pobres los de los vuelos de las 20:00, 20:30 y 20:50, la palman.
Una vez estaba e un bar con una amiga y había una señora sola con tres cocacolas vacías en la mesa, mirando su reloj constantemente. Se nos ocurrieron tantas historias tristes que acabamos llorando (teníamos 15 años).
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